“Es bueno tener otra vez cuerpo, aunque sea este cuerpo gordo de mujer que nadie más quiere, y salir a caminar por la vereda para sentir la rugosidad del mundo.”
Así comienza Los cuerpos del verano (2012), primera novela del escritor argentino Martín Felipe Castagnet (1986).
Quien narra es Ramiro, un hombre que ha muerto hace ya varios años y que decide volver a un cuerpo luego de un largo tiempo en “estado de flotación”. Es en este nuevo cuerpo de mujer que vuelve a su vida, una en la que su esposa se casó con otro y tuvo una familia, una de sus hijas, Vera, sigue en estado de flotación en internet, y su hijo, Teo, ha envejecido y ha decidido morir. También está Gales, su nieto, su mujer, Septiembre, y sus bisnietos que parecen dedicar todo el tiempo a jugar sofisticados torneos de realidad virtual.
Ramiro, o Rama, forma parte de las primeras generaciones que decidieron dejar de morir, algo que lo vuelve casi una reliquia en los tiempos que corren. Dice el narrador: “Crecí cuando todos los viejos se morían; cuando estaba por morir, me convencieron de que podía no hacerlo; cuando regresé a la vida me regresaron la juventud. Ahora me resulta imposible aceptar que alguien pueda desaparecer y que esa persona sea mi hijo.”
El protagonista tiene un plan muy concreto: quiere conocer a la familia de su ex mujer y vengarse de un viejo amigo, aunque, según él mismo afirme, tal vez ya la venganza no tenga sentido en un mundo donde no existe la muerte. Con esfuerzo, logra encontrar a una de las nietas de la segunda familia de su ex, una joven llamada Azafrán que está obsesionada con los árboles genealógicos, y a su amigo de antaño, quien ahora se dedica a traficar órganos en una hielera inmunda.
Castagnet delinea con pericia este mundo extraño. Es una novela breve donde no hay mucho espacio para descripciones innecesarias o exceso de ambiente. Los distintos personajes están o no quieren estar en sus cuerpos y eso ya es suficiente miseria. Y de la libertad, o aparente libertad de no poder morir y tener la posibilidad de cambiar de cuerpo, pasamos al mercado negro donde se venden órganos en mal estado, el costo altísimo de los cuerpos (los más caros: los de mujeres jóvenes) e incluso una clase de personas que siguen vivos en cuerpos muertos, denominados “panchamas”.
Castagnet configura una realidad bizarra de reglas firmes, inmisericordes, en la que los muertos son “quemados” en cuerpos nuevos mientras los cementerios van quedando en las ciudades como museos. Dice el narrador: “Cada cuerpo puede tener una vida útil de hasta tres habitantes en promedio hasta que se deshace; recién entonces se creman. También hay quienes se comen los restos. La única condición legal es ser pariente directo del muerto y que haya sido autorizado en el testamento vital. Supongo que esto es el futuro.”
También hay problemas de “uso” y nuevas consideraciones del lujo. Sigue el narrador: “La regla general sostiene que a mayor ingreso por año existe menor respeto por el cuerpo. Los millonarios que se prenden fuego a lo bonzo solo para que nadie pueda reutilizar sus cuerpos parecen haber creado una tradición tan sólida como el caviar.”
Los cuerpos pueden acceder a sus muertos, otras personas en estado de flotación a través de internet. Una nueva comunidad en la que “[e]xiste una empatía(…)así como la puede haber entre sordos, entre científicos de la misma rama, entre fanáticos de una misma película; somos veteranos de una guerra que se extiende durante una guerra infinita». Todo esto en medio de escenas en las cuales aparecen animales insólitos en el baño (Gales es veterinario), los bisnietos matan al bisabuelo, una y otra vez, en sus escenarios virtuales, y Rama avanza de habitación en habitación cargando una batería incómoda. Un mundo en el que Teo, con la mente ya ida, no puede entender que su padre sea una mujer y luego un hombre de raza negra.
En esta novela, los cambios de cuerpo ponen en jaque no solo la idea de individuo sino también la de familia. Si la mente ya no muere nunca, ¿qué tanto puede decir o no de nosotros la materialidad de los cuerpos? Así, afirma el narrador respecto de sus bisnietos: “No entienden muy bien quién es abuelo, quién tío, quién bisabuelo; las viejas etiquetas les deben parecer espesas e imprecisas. Son la última generación; en adelante no habrá generaciones sino multiplicaciones, hacia arriba y hacia abajo, hacia una nueva estructura lateral.”
La muerte sigue existiendo en este mundo, pero la vida se deforma. Hay gente que se suicida para probar otros cuerpos, el amor muta de forma animal. En un momento el narrador comenta: “La muerte continúa existiendo; lo que desapareció fue la certeza de que todo termina más tarde o más temprano. Hay tiempo para raparse y para mantener las canas, para embarazarse y para torturar, para salir campeón del mundo y para reescribir la enciclopedia. Con paciencia, una única persona podría construir una pirámide; con perseverancia, otra única persona podría derribarla. Supongo que eso también es el amor.”
Martín Felipe Castagnet se asoma a los límites de lo animal, lo humano, lo tecnológico con una prosa afilada. Internet es descrito como una medusa, un ser “traslúcido, inestable, viscoso”; la tecnología como un caballo (“La tecnología no es racional; con suerte, es un caballo desbocado que echa espuma por la boca e intenta desbarrancarse cada vez que puede. Nuestro problema es que la cultura está enganchada a ese caballo.”) y, en un giro astuto e inesperado, los cuerpos del verano dejan de reducirse solo a las personas. Como menciona ya casi al final Moisés, uno de los personajes: “Quizás haya personas que siempre debieron ser pulpos; quizás cada uno tenga inscripto en sus genes el verdadero animal que uno debería ser, y el humano es una opción más entre tantas otras.”
Sin duda una novela brillante.
y que paso con la muerte de teo?como reacciono rama y los demas?